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Los Hijos de Mílid

Los Hijos de Mílid, los últimos descendientes de la línea de Jafet, hijo de Noé, llegaron a España, desde donde su antepasado Íth puso la vista en Irlanda y partió para explorar el país. Allí los Tuatha Dé Danann, recelosos de las intenciones que pudiese albergar, le dieron muerte y entonces los Hijos de Mílid se fueron a Irlanda para vengar su muerte. Entre ellos se contaba Donn, el rey, Amhairghin, el poeta y juez, Éremon, el jefe de la expedición, y Éber.

En el primer desembarco fue Amhairghin quien desempeñó el papel principal. Al poner su pie derecho en tierra, el día de la fiesta de Beltaine, las calendas de verano, cantó un poema, una serie de "Yo soy...", que revelaban que él era en sí mismo todo lo que es: declaraciones parecidas a las que profiere Krishna en la Bhagavag Gîtâ, y a las del propio Vishnu en su sueño entre la disolución y la recreación del Universo. En tres ocasiones diferentes sostiene una conversación, prácticamente idéntica en lo esencial, con las tres reinas cuyos nombres habían de convertirse en los de Irlanda: Banba, Fotla y Ériu. En Temair los tres reyes Mac Cuill, Mac Cécht y Mac Gréne pidieron a las diosas que les dejasen en paz durante tres días, y solicitaron a Amhairghin que pronunciase un juramento equitativo, bajo pena de muerte. Él juzgó que debían retirarse más allá de la novena ola. Los encantamientos cantados por los druidas y los poetas de los Tuatha hicieron que los Hijos de Mílid fuesen llevados hasta el mar, pero Amhairghin contraatacó con un poema de mayor poder, en el que invocaba la tierra de Irlanda, "el alto barco de Ériu". Los invasores desembarcaron de nuevo, desafiaron a los Tuatha y tomaron posesión del país. Georges Dumézil ha señalado que el papel de Amhairghin durante el desembarco preliminar constituye la contrapartida de aquello que hacía en Roma el pater patratus, en un rito que aseguraba una base para las reclamaciones de compensaciones sobre territorio extranjero, o bien para una guerra justa, y también la contrapartida del papel de Vishnu cuando da tres pasos para abrir un campo de acción a Indra.
Amhairghin asignó a los Tuatha vencidos la Irlanda secreta de las moradas mágicas (síde). Mientras los invasores se aproximaban a la orilla, el hermano mayor, Donn, ofendió a los Tuatha. Su barco fue hundido y él no pudo ya tomar parte en la ocupación del país. Su cuerpo fue colocado sobre una roca elevada y Amhairghin declaró que en lo sucesivo su pueblo tendría que ir hasta allí a la casa de Donn (Tech Duinn), en la costa de Mumu. Existen otras referencias antiguas a ese lugar de reunión de los muertos ("A mí, a mi casa vendréis después de vuestra muerte") y Donn conservó su lugar en las creencias populares hasta la época reciente. En cierto sentido recuerda a Yama, el primer hombre en morir, el que reúne a la humanidad.
Cuando entre Éremón y Éber se produjo una disputa a propósito de la realeza, Amhairghin decidió que la herencia de Donn debía pasar a manos de Éremón y después de él a Éber. Este último, sin embargo, insistió en que se hiciese una división, y Éremón accedió a la realeza en el Norte, y Éber en el Sur - a no ser que nos fiemos de otra versión, según la cual Éremón obtuvo a la vez el Norte y la soberanía real, y a Éber le correspondió el Sur: de hecho, existen otras indicaciones de la primacía del Norte -. Los dos hermanos se echaron a suertes a quién le correspondía el poeta y el arpista (las leyes antiguas establecían que, entre los músicos, tan sólo el arpista podía, en tanto que acompañaba a la nobleza, acceder al estatus de hombre libre). El poeta, "hombre sabio y de gran poder", le correspondió a Éremón, y el arpista a Éber. De modo que la dignidad y el saber le correspondieron al Norte, y a la "música dulce de las cuerdas" al Sur. "¿Que así sea hasta el día del juicio final!". Notemos que en el Rg Veda los músicos Gandharva se oponen a los Brahmanes, y que en la Satapatha Brahmana palabras y cantos se relacionan con la Tierra y el Cielo respectivamente. Finalmente, Éber se rebeló y Éremón le dio muerte; la enemistad persistió entre sus descendientes. Según un poema atribuido a un autor del siglo IX, Éremón se quedó el Norte como herencia para su raza, con su tradición legendaria, sus cualidades únicas, sus leyes; también sus fortalezas y sus feroces bandas armadas, sus violentos enfrentamientos, sus animales. Éber se quedó el Sur con su armonía, su excelencia, su humildad y su hospitalidad, su vivacidad, su espíritu festivo, su pureza: idéntica repartición a la que aparece en el relato de El Establecimiento del Hogar de Temair (cf. Celtas insulares).

Diccionario de las mitologías y de las religiones de las sociedades tradicionales y del mundo antiguo
Bajo la dirección de Yves Bonnefoy
Ensayos Destino

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