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Germanos y nórdicos. Los elementos de lo sagrado

El estudio de las mitologías germana y nórdica presenta antes que nada graves dificultades sobre todo a los documentos con los que contamos para intentar conocerlas: o bien son de carácter arqueológico y, como tales, raras veces permiten certezas absolutas; o bien son de naturaleza literaria (runas, poemas édicos y escáldicos, testimonios de observadores no germánicos, más tarde las sagas islandesas) y, en ese caso, presentan importantes problemas de interpretación o de desciframiento. Por poner tan sólo algunos ejemplos, las runas son antiguas y hacen su aparición hacia el siglo III de nuestra era, pero los especialistas todavía se preguntan acerca de su significado; nuestras dos fuentes principales, complementarias por otra parte, la Edda poética y la Edda de Snorri Sturluson, fueron compuestas, en la forma en que las conocemos, en el siglo XIII por literarios formados en la cultura cristiana quienes, con frecuencia, ya no entendían (y, en cualquier caso, ya no vivían) aquello de lo que hablaban, puesto que bastantes de los textos que nos han transmitido remontan, sin duda alguna, a una época muy anterior a ellos. En lo que respecta a las notas que nos han dejado los observadores latinos (Tácito), bizantinos (Constantino Porfirogéneta), árabes (Ibn Fadlan), etc., es preciso aplicar un doble filtro: el primero para el propio autor y el segundo para la materia de la que trata.
   Por otro lado, nada resulta más incierto que la propia noción de "germano", "germánico". Sin entrar a fondo en la cuestión, baste con decir que esos vocablos no eran ni siquiera aplicados por los interesados a sí mismos. Lo que la historia puede enseñarnos revela una inestabilidad fundamental que dificulta extremadamente el análisis. Si bien esas regiones pertenecen con seguridad a una cultura indoeuropea, su originalidad deriva sin duda alguna de los diversos fondos autóctonos que fueron subyugados por los invasores y sobre los cuales nosotros no sabemos apenas nada, a pesar de los esfuerzos de la filología (toponimia y onomástica, en particular), aparte de que revelan una tradición bastante antigua, como demuestran los numerosos grabados rupestres repartidos por toda Escandinavia y que remontan a la Edad del Bronce nórdica (1500 a 400 a.C.). Pero, a partir de ese período, los rasgos distintivos de la civilización germana y nórdica parecen haber consistido en una capacidad poco común de adaptación y de curiosidad intelectual, así como en un contacto íntimo con los mundos griego y latino, céltico, eslavo, fino-europeo y finalmente cristiano, que, en grados diversos, acabaron por dejar su impronta. Las Nornas se parecen a las Parcas, Týr y Marte, Odín y Mercurio van juntos, Loki se parece a Lug incluso en el nombre, Fjörgyn y Perkun son sin duda la misma palabra ¡y la Voluspá podría haber sido escrita por Hildegarda de Bingen!







 GRABADO RUPESTRE QUE REPRESENTA UN BARCO. FOTOGRAFÍA HASEN. ARCHIVOS HAMLYM GROUP.


   De lo dicho hasta ahora se desprenden dos consecuencias: toda visión sincrónica de estas mitologías resulta necesariamente arriesgada (y sin embargo ése es el error que se comete habitualmente, sin darse cuenta del peligro que entraña querer sacar una conclusión firme de un conjunto de documentos que varían tanto por la fecha como por la procedencia, así como, preciso es suponerlo, por su destinación original); pero la perspectiva diacrónica, la única que podemos admitir, revela en seguida la complejidad de una evolución en la que los dioses no dejan de intercambiar sus funciones entre sí, los mitos se degradan o son desviados de su sentido inicial, mientras que nuevas aportaciones, mal entendidas, comportan nuevas confusiones. Con ello queremos decir que una interpretación duméziliana de estas mitologías no es posible más que con reservas. No cabe duda de que el mundo germano-nórdico podría haber obedecido al viejo esquema tripartito de la sociedad: un poema determinado de la Edda como la Rígs Thula podría verificarlo, si no estuviese completamente impregnado de influencias célticas y, sobre todo, si no hiciese refrencia a características sociológicas bastante difíciles de verificar (la "clase" de los esclavos, por ejemplo). Pero en el estado presente de nuestros conocimientos, la situación resulta demasiado fluctuante como para permitir certezas: ¿quién es el dios de la guerra? ¿Odín, Týr o incluso Freyr? ¿Quién el dios de la magia? Tan sólo los dioses vanes parecen bien "situados" en el esquema tripartito.
   Las teorías históricas que tanto éxito tuvieron en los siglos precedentes tampoco nos conducen mucho más lejos: el hecho de que sean denominados Ases no quiere decir que determinadas divinidades sean importaciones asiáticas; y al contrario, podríamos admitir fácilmente que Odín fuese una figura Oriental, si no fuera porque aparece, con su lanza, sobre un petroglifo de la Edad de Bronce. El área germánica actual conoció con toda seguridad una o dos invasiones hacia el año 2000 aC. Ahora bien, la prudencia aconseja no apresurarse a adjudicar a los recién llegados rasgos que quizá podrían haber existido ya con anterioridad a su llegada. Las interpretaciones de naturaleza simbólica tampoco solucionan el problema: si bien un determinado mito, como pueda ser aquel que evoca el Skirnísför, puede ajustarse admirablemente a una explicación de tipo naturalista, el conjunto de la mitología es tan complejo que todo esfuerzo por elaborar una organización racional global está abocado al fracaso. No debemos olvidar que la mayoría de nuestras informaciones proceden de los escritos de Snorri Sturluson (principios del siglo XIII), gran lector de las Etimologías de Isidoro de Sevilla, gran epitomizador sutil y, sobre todo, un pedagogo racionalista. Es por ello por lo que nuestra primera reacción a la vista de la masa de documentos heterogéneos a nuestra disposición es un sentimiento de turbación: nos hallamos ante religiones que no disponen de un término que signifique exactamente "religión" (tan sólo "práctica" o "costumbre": sidr), ni tampoco "fe" o "creer", "adorar" o "rezar"; que carecen de dogmas, y probablemente de castas de sacerdotes-sacrificadores especializados; que carecen quizás hasta de verdaderos templos, entendidos como edificios específicos...
   Ésta es la razón por la que, por una parte, conviene dejar a un lado los sistemas explicativos demasiado sutiles o excesivamente bien articulados para volver, conforme a una tendencia ilustrada por Mircea Eliade o Folke Ström, sobre algunos grandes principios simples y flexibles; y, por la que, además, resulta preferible estudiar estas religiones desde un punto de vista diacrónico, sin un rigor excesivo. Esos principios nos proporcionarán el eje "vertical"; los ejes "horizontales" sucesivos nos los proporcionará una Periodisierung simple: prehistoria, Edad del Bronce (1500 aC. a 400 aC.), Edad del Hierro (400 aC. hasta 800 dC. circa) Edad Vikinga (800 dC. hasta 1100 dC. circa). No hace falta decir que principios y periodos son considerados aquí como hipótesis de trabajo, no como certezas absolutas. De este modo obtendremos una tabla donde inscriben de un modo bastante satisfactorio tanto mitos como dioses.
   Partiremos de una evidencia: los páises germánicos y nórdicos son, más que otros, tributarios de un substrato natural ingrato que jamás, ni siquiera hoy en día, ha facilitado la existencia humana. Por regla general, el suelo es áspero, rocoso, árido, trabajado por el hielo y pulido por los glaciares; las noches de invierno resultan interminables, propicias a todo tipo de terrores; el agua (de los mares, de los lagos, de los ríos, de los pantanos) es omnipresente y hostil, impone sus peligros y complica todas las distancias; por último, el sol, indispensable pero avaro de sus efectos beneficiosos, tiene todas las propiedades del poder por excelencia. Rocas, agua, sol; éstos son los principios que proponemos en su incontestable evidencia y en su existencia fatídica.
   Ocurre que los germanos han concebido una de las más bellas fabulaciones o formulaciones de este tema natural que jamás haya inventado ninguna mitología. Se trata del fresno (o quizá del tejo) Yggdrasill, creación cósmica de una belleza inmediata y manantial de intensa poesía. Todas nuestras fuentes, desde Tácito hasta Adam de Bremen o Thietmar de Merseburgo, desde los petroglifos hasta los bosques sagrados de Suecia, atesiguan el fervor del culto que dedicaron estos pueblos a los árboles, al Árbol. Nacido de la tierra, alimentado por el agua, tiende hacia el sol. Y he aquí que Yggdrasill, que mantiene el mundo en su lugar, justifica su orden, tronco erecto (o viga Mímameidr, viga de Mímir, y seguramente no resulta irrelevante que una de las etimologías posibles de la palabra "Ase" remita a un tema ansu- que significa viga), salido de la roca, con las raíces sumergidas en la blanca agua arcillosa, primitiva (aurr) y fecunda, disparando su flecha hacia la cima del mundo. En la Germania continetal también se llama Irminsul (Columna de Irmin, una palabra que no deja de evocar el elemento jörmun- de Jörmungandr, otro nombre de la serpiente de Midgardr, responsable también de la disposición y del mantenimiento del estado del universo). El arco iris o Bifrost, sobre el que vela el enigmático Heimdallr, cuyo nombre puede significar también Pilar del Mundo, conecta a Yggdrasill con el mundo de los dioses. Él es la fuente de toda vida, como lo demuestra claramente el rumor profuso de sus hojas y de sus ramas, recorridas sin cesar por toda una fauna simbólica. Él es el guardián o depositario de todo el saber, pues la memoria del mundo se halla en su base en la persona de Mímir, quien acepta compartir su ciencia con Odín a cambio de uno de sus ojos: después de todo, Yggdrasill significa propiamente caballo de Odín, un rasgo chamanístico. Por último, preside sobre todos los destinos, los de los vivos y el universo, puesto que las Nornas velan en su base cerca de la fuente de Urdr. Dada la confusión o la ambigüedad de los grandes mitos cosmogónicos, Yggdrasill implica una serie de ecuaciones (roca-tierra madre-vegetación-vida; agua-magia-saber-memoria; sol-eterno retorno-transcendencia-destino) que, por lo tanto, nos permite añadir a nuestros principios naturales (o telúricos, o ctónicos) nuevos acordes más intelectuales, a condición de no erigir nada sobre preceptos rígidos. Después de todo, no es casualidad si, en otro mito con resonancias prometeicas, la primera pareja humana nace del árbol(Askrimer hombre, fresno: Embla, primera mujer, olmo o sardo de viña).
   Es preciso insistir de nuevo sobre esos grabados rupestres ya mencionados que cubren la rocas de toda Escandinavia y de la orilla sur del Báltico. Resutan interesantes por más de una razón se reparten equitativamente por toda el área que acabamos de circunscribir, con una aparente uniformidad de temas, de motivos y rasgos. Pobablemente constituyen nuestra más antigua fuente de información sobre estas mitologías, puesto que existe unanimidad a la hora de hacerlos remontar hasta el 1500 aC. Y sobre todo - y aunque, por fuerza, su interpretación sea conjetural -,permiten determinadas direcciones de "lectura" que dan qué pensar, puesto que no resulta, según parece, ni abusivo ni siquiera difícil encontrar en los grabados rupestres esos tres ejes verticales que mencionábamos antes. En ellos se manifiesta un culto solar de tipo procesional (verificado por los hallazgos del carro de Trundholm, en Dinamarca fechable de circa 1200 aC., o el de Dejberg, también en Dinamarca, de hacia 400 aC.), ilustrado por los innumerables discos, cúpulas, esvásticas, personajes u objetos helióforos o teóforos que es preciso considerar como alternativos: el caballo (como en el carro de Trundholm), que sería el teóforo diurno o primaveral, y el curioso "barco-peine" que transporta el sol de noche o durante el invierno. Esta alternancia no es fortuita pues, sin duda alguna, es la que da origen a esa pareja de dióscuros (caballo/barco, la poesía escáldica la ha convertido en uno de sus Kenningar más comunes) que recorre esta mitología de tantas maneras: los Alci de Tácito, las parejas Ódr-Odín, Ullr-Ullinn, Hengist-Horsa - donde se lee perfectamente la palabra caballo: islandés hróss -, Vili(r)-Vé, Gurd-Gunnr, etc., por no hablar ya de los dioses Ases (aesir, singular áss), que quizá deriven su nombre de los dióscuros védicos o Aśvin.
   En caso contrario, es decir, si insistiésemos en hacer una individualización, este culto solar o celeste podría referirse a un dios absolutamente fundamental, Týr (Tiw, Tyg, Ziu), cuyo nombre significa propiamente "dios" (Tiwaz, Dyaus, Ju(Piter), Zeus, francés Dieu) y cuyo atributo es el hacha mágica. En cualquier caso, los petroglifos presentan en repetidas ocasiones a ese personaje-hacha-sol cuyo instrumento llegará a convertirse un día en el "martillo" de Thorr, que sirve más para "bendecir" que para matar. 
   Los grabados rupestres nos muestran también una especie de gigante con lanza. Resulta imposible ver en él otra cosa que no sea un prototipo de Odín, dios de la magia, a su vez íntimamente ligada con el elemento líquido (en el Grimnísmál de la Edda poética, por ejemplo). La toponimia y testimonios de todo tipo confirman el papel que debieron desempeñar en ese paganismo las fuentes, cascadas, barrizales sacrificiales o keldur en los que se practicaban los ahogamientos sagrados, para propiciar o consultar los augurios: tal es el caso, según parece, de ese hombre de Tollund hallado intacto en las arcillas azules de Dinamarca. Los petroglifos abundan en figuraciones de carácter claramente mágico: armas sagradas, escenas rituales de difícil comprensión hoy en día (incluso si el folclore ha conservado algunos recuerdos difusos), máscaras y disfraces que volverán a reaparecer en la Edad Media en los dansar islandeses, manos gigantes de sacrificante ofrecidas a la reverencia del pueblo, a menos que se trate de teofanías, como ocurre con las innumerables marcas de pies.








 CARRO SOLAR DE TRUNDHOLM. COPENHAGUE, NATIONALMUSEET. FOTOGRAFÍA DEL MUSEO. ARCHIVOS HAMLYN GROUP.







  Por último, el culto de la Tierra-Madre o de la fertilidad-fecundidad se halla ampliamente atestiguado, por un lado por la multitud de figuras masculinas siempre itifálicas que recubren esas rocas (y que más tarde aparecen también sobre algunas piedras enhiestas - aparte de que el hecho de inscribir textos rúnicos de todo tipo sobre rocas hinchadas en el suelo o bautasteinar, resulta probablemente significativo por sí mismo -); por otro lado, por la presencia de un dios-espada-fálico relacionado con el verraco, y que seguramente habría que identificar con Freyr o su prototipo; en tercer lugar, por la frecuente representación de un hieros gamos o por las numerosísimas representaciones simbólicas (oculares o, más probablemente, vaginales) de la propia Tierra-Madre. De modo que estos documentos verifican la presencia regular sobre toda esta área de una cultura uniforme, de un substrato autóctono que no solamente ha podido asimilar y adaptar aportaciones étnicas y culturales diferentes y posteriores, sino que incluso puede coincidir en grado sumo con los textos y documentos más recientes que pertenecen a estas religiones. Añadamos que esos petroglifos presentan otro rasgo que resulta perfectamente representativo de lo que será, en época histórica, la civilización germano-nórdica, un rasgo que pertenece tanto a la historia del arte como a la de las religiones: el diseño, el trazo, la organización de conjunto de esos "cuadros" denotan un avanzado sentido de simbolismo que ha sido temperado o dominado, así como un ajustado equilibrio entre una abstracción carente de excesos y un naturalismo animal, destinados ambos a una brillante posteridad.
   Amparándonos en la presencia de esos testimonios, por un lado, y en los textos de la Edad Media por otro, no resulta demasiado arriesgado intentar la reconstrucción del estadio "prehistórico" de esta religión. Aquí lo que resulta de nuevo más sorprendente es la importancia del culto dedicado a las fuerzas naturales, como demuestran pruebas irrefutables, desde César hasta el Libro de la colonización (Landnámabók) de Islandia. Las diversas reconstrucciones, entre las cuales debemos situar en primer lugar la de Snorri Sturluson, colocan en el alba de los tiempos la creación de los gigantes y los enanos. Los primeros representan evidentemente el sol, tanto por el parentesco que les atribuía la fabulación popular, como por las notorias resurgencias solares que se acumulan en su historia mítica: ellos darán nacimiento a los dioses, en virtud de un principio genealógico aliterado tan caro a los pueblos germánicos, cuando no son divinizados como tales; y también a estos héroes solares por excelencia que son el Dédalo nórdico, Völundr-Weland o el arquetipo que un día se individualizará en el complejo heroico Helgi-Sigurdr-Sîfrît-Sigfrido. Pero a pesar de ello, los gigantes seguirán estando ligados a todas las grandes fuerzas telúricas, de modo que sus nombres, o los mitos en los que intervienen, se refieren al elemento ctónico (como Ymir que se corresponde al híbrido sánscrito fundamental Yama, o Aurgelmir, que deriva de aurr: fango primitivo) o líquido (Hymir/Gymir y la versión nórdica de Noé: Bergelmir). En el momento en que la imaginación humana se complazca en diversificarlos y representarlos, adquirirán nombres que evocan sistemáticamente ideas de violencia, de fuerza instintiva y de desbordamiento natural (Hraesvelgr, Hrymir, Skrýmnir, Hrungir, jazi). Los enanos, que "habitan" y sostienen el mundo, están más ligados a la Tierra-Madre y a los muertos, a los que ella abriga y recupera. Se trata de seres cavernícolas, enemigos de la luz y guardianes del Más Allá (algunos llevan por nombre Nár "cadáver" o Nýi "luna nueva", símbolo de muerte - notemos que en antiguo noruego luna es masculino y sol femenino).
   Dos detalles merecen atención: gigantes y enanos se hallan íntimamente y en todos los sentidos ligados a la magia, sobre todo a las operaciones rituales y esotéricas, propias de los pueblos cazadores-pescadores-agricultores. En este sentido son constitutivos del mundo original (el célebre prefijo ur- que evoca los límites de la memoria) y poseedores del saber más secreto - más secreto porque resulta literalmente fundamental. Antes de que se vieran deliberadamente degradados por la Iglesia y fuesen relegados al folclore, gigantes y enanos eran potencias benéficas, sabias, hábiles desde un punto de vista técnico y, muy particularmente, depositarios de los secretos de la poesía y de las runas, rasgos todos ellos que serán heredados por Odín. Por encima de todo, y esto es algo a tener en cuenta, se trata de seres éticamente "neutros", es decir, que realizan un justo equilibrio entre orden y desorden, dos nociones que parecen ser capitales y que, al parecer, dejan al descubierto uno de los aspectos más íntimos de la mentalidad germano-nórdica. Este universo esencialmente activo, dinámico, agonístico, cuya coloración mayor se denomina energía, vive de la tensión, no del reposo o de la meditación, y mucho menos del éxtasis, y se expresa por medio de la acción, no del lirismo ni de la especulación. En el momento en que, hacia finales del siglo XIII, un conjunto de cronistas islandeses o sagnamenn se propongan relatar la historia de los dos últimos siglos de su isla en términos de antagonismos controlados entre las grandes familias (en la Sturlunga Saga), reproducirán con exactitud - probablemente sin darse cuenta de ello - ese movimiento dialéctico perfectamente orgánico de la mentalidad de sus más lejanos antepasados.
   A partir de aproximadamente el año 400 aC. y hasta más o menos el año 800 de nuestra era (lo que se suele denominar en el Norte la Edad del Hierro, con sus tres etapas: céltica, romana y por último germánica), entramos en una nueva era cuyas características de conjunto resultan bastante claras. Es en ese momento cuando la influencia céltica parece ser determinante (baste con citar el célebre vaso sacrificial de Gundestrup). También en ese período, debido a influencias cristianas quizá, toma consistencia la noción de trinidad o, como mínimo, la noción de la tríada divina. Existen numerosas variantes que comparten un interesante punto en común: Odín figura en ellas casi siempre, y poco a poco se orienta hacia su lugar de dios mayor que, mucho más tarde y esta vez debido a una clara influencia de la mentalidad cristiana, acabará conviertiéndose en el Padre Supremo (Alfödr) y probablemente en ese Ase todopoderoso (Áss hinn almáttki) cuya identidad exacta sigue siendo problemática. Por otro lado, durante la Edad del Hierro es cuando las caracterizaciones individualizadas de los dioses adquieren carta de naturaleza. Se trata, en efecto, de un hecho notable, que confirma la inspiración esencialmente natural o naturalista de este paganismo en su origen. Los dioses parecen haber permanecido durante largo tiempo indiferenciados y continuarán, a pesar de todo, siendo nombrados en un colectivo neutro bajo una enorme abundancia de denominaciones que dejan sobreentender virtudes, ya sean benéficas (gud, god), activas (regin,rögn), o "vinculantes", en clara alusión a sus capacidades mágicas (höpt,bönd, que traducen nuestra palabra "vinculos"). Además, la mitología germano-nórdica seguirá conociendo numerosas divinidades o colectividades divinas en plural: álfar,dísir, vaettir, landvaettir, nornir, valkyrjor, etc.
   No obstante, en la actualidad parece plausible un ensayo de organización coherente de este panteón, naturalmente con toda la prudencia que ello requiere. No supone esfuerzo alguno hallar los tres principios cósmicos que ya han sido mencionados varias veces hasta ahora. Odín se halla conectado al tema solar que conduce a Völundr por medio de una genealogía aliterada típicamente norgermánica: la serie Wachilt-Wade-Woten/Odín-Widia (o Wittich)-Völundr. Es fácil poner este hecho en relación con el culto de los muertos, los cuales, en la práctica, no desaparecen por completo: habitan el otro mundo, presiden sobre la fertilidad-fecundidad e informan, en todos los sentidos de la palabra, el mundo de los vivos; prolongan la idea ya sugerida del barco-sol nocturno o hibernal, como demuestran de manera espectacular tanto los barcos-tumba en los que se hacen inhumar los personajes importantes (citemos el de Oseberg, por ejemplo, con todo su ajuar, o el funeral a orillas del Volga en el año 822, descrito en el extraordinario reportaje del diplomático árabe Ibn Fadlan), como esas alineaciones naviformes de piedras erguidas (skibsaetninger en danés) que siembran el suelo de toda Escandinavia. El elemento líquido está además estrechamente implicado en esta idea del barco y continúa presidiendo sobre la magia, siempre bajo la égida de Odín, en particular bajo su aspecto de saber secreto vehiculado por las runas de las que Odín se reclama "inventor" (en el sentido medieval del término), en varios textos, entre ellos el Hávamál. De origen ítalo-céltico, las runas hacen su aparición hacia el siglo III de nuestra era. A pesar de que su naturaleza mágica ha sido fuertemente debatida en las últimas décadas (A. Baeksted, L. Musset), parece difícil no considerarlas, por lo menos antes del período vikingo, como un medio de poder esotérico, dado que, como veremos, en su origen se hallan en estrecha y constante relación con la adivinación. En lo que se refiere al tema ctónico, éste se beneficia de otra aportación ítalo-céltica: el culto de las Madres (Matres, Matronae, Matrae), con toda evidencia divinidades tutelares de la fertilidad-fecundidad, que por regla general son citadas colectivamente o bien en tríadas - recuperadas en las devociones a las tres Marías medievales -, pero, en ocasiones, también a título individual, como en el caso de Nehalennia. En este punto de la evolución, se produce una curiosa confusión sexual en esta mitología: del mismo modo que Tácito nos presenta como una diosa a Nerthus, que etimológicamente no puede ser más que el dios Njördr (y todo, cuanto el autor latino nos refiere de Nerthus y del culto procesional, que culmina con una inmersión en un lago sagrado, encuentra, a más de un milenio de distancia, una sorprendente confirmación en un "relato" islandés, el Ögmundar Tháttr dytts), este paganismo acusa una marcada inclinación por los andróginos, entre los cuales es preciso situar a éste o ésta Fjörgyn(n) (masculino o femenino según le coloquemos una o dos enes), por no mencionar a la pareja Freyr-Freyja. Esta tendencia debía ser extremadamente profunda, puesto que jamás ha llegado a desaparecer del todo de la visión del mundo nórdica, desde Swedenborg (Seraphitus-Seraphita) hasta los desdoblamientos del yo en el teatro de Strindberg, pasando por C.J.L. Almqvist (Tintomara).
   Para este período existe un rasgo que nos permite elaborar la síntesis de los tres temas a los que hemos venido aludiendo, hasta el punto de constituir la ilustración más elocuente de este paganismo: se trata de la realeza sagrada. El rey, aun cuando es elegido de entre un cierto número de familias privilegiadas, es investido, una vez designado como rey, de poderes discrecionales y de genealogías piadosamente consignadas en largos poemas que constituyen también nuestras más antiguos testimonios literarios (como el Ynglingatal de Thjódólfr de Hvín): por medio de ellos, los reyes pasan a descender del principio solar. El rey se convierte así en objeto, a la vez que juez, de poemas cuyo secreto artístico quizá fuera al principio más o menos sagrado: como ocurre con la poesía escáldica, cuyo carácter más inmediato y confuso estriba en que evita a cualquier precio, por medio de sinónimos o heiti (un cierto número de los cuales se halla recogido en el Alvíssmál de la Edda poética) y de metáforas complejas o Kenningar, el empleo del término propio, a causa, sin duda, de la existencia de todo un léxico de carácter tabú. No puede excluirse del todo que, a imagen de los filid irlandeses, los escaldas hubieran constituido al principio una especie de casta dedicada al servicio y a la glorificación del príncipe, poseedora de un saber esotérico del que el soberano pasaba por ser el beneficiario. Queda todavía un trabajo extraordinario a realizar sobre este terreno. Pero por encima de todo - y es éste un punto sobre el que no se insistirá jamás lo suficiente - la responsabilidad específica del rey no consiste necesariamente en asegurar los años fecundos y la paz, y nada resulta más instructivo que leer, en palabras del muy cristiano escritor islandés Sturla Thordason, quien escribió, a finales del siglo XIII la biografía del rey noruego Hakón Hákonarson (muerto en 1265), que el mejor signo de excelencia de este soberano, que gozó de un largo reinado, fue que en el año de su coronación los pájaros empollaron dos veces y los árboles dieron una superabundancia de frutos. Por lo contrario, si el rey no aportaba consigo la prosperidad material era sacrificado sin piedad alguna. Lo que importa subrayar aquí es que sus eventuales virtudes guerreras ocupaban un lugar secundario: se esperaba de él que fuera ársaell y fridsaell (propicio para las buenas estaciones y la paz) más que sigrsaell (victorioso). En resumen, el rey encarna en su persona un ideal sedentario, agrario y, por decirlo de algún modo, mágico-intelectual que no evoca en absoluto los clichés y tópicos románticos a propósito de los antiguos pueblos germánicos.
   De todos modos, la situación evolucionará en un sentido más marcial en el curso del período siguiente, que es también el último que estudiaremos, al que se ha dado en llamar época vikinga (circa 800 hasta circa 1150). Debido a los contactos incesantes y profundos que los pueblos germano-nórdicos mantuvieron con el resto del mundo conocido (cuyos confines, por otra parte, extendieron hacia el este así como hacia el oestre), es decir, a causa de la intensa penetración cristiana que experimentaron, sobre todo en torno al año 1000, que marca su cristianización en conjunto, sus mitologías adquirieron una fisonomía mucho más neta, aun cuando sus grandes principios se mantuvieran fieles a un pasado lejano. Pero éstas se estructuraron de acuerdo con unas tendencias que, esta vez, se corresponden mucho más claramente a las grandes funciones dumézilianas; su cosmogonía y su teogonía, tal y como son presentadas en grandes mitos, ahora bien elaborados, presentan sólidas influencias clásicas, meridionales u orientales (las últimas generalmente a través de la Biblia o de sus innumerables comentaristas o glosadores). A pesar de esas influencias exteriores, no debemos negar a los pueblos germánicos la fundación de sus mitos, una vez identificados los añadidos, las elaboraciones o las fabulaciones importadas. Por no aducir más que un ejemplo, Snorri Sturluson se sirve del evemerismo aplicado en su Edda o en su Ynglinga Saga, pero un estudio comparativo minucioso prueba que la substancia misma de los mitos que él se complace en racionalizar reposa sobre una venerable tradición: ése es el caso de la misteriosa batalla entre Ases y Vanes, del pacto sellado entre el lobo Fenrir y el dios Týr, que pierde su mano derecha, o del combate de Thorr contra Hrungnir, por mencionar sólo algunos.
   Por encima de todo se impone, con una evidencia que no deja de crecer a los ojos de los investigadores modernos, la presencia de lo que podríamos denominar el alma de esta mitología, ese verdadero dios supremo del norte germánico, que es el Destino con sus innumerables nombres y figuraciones. Un poder que no es ciego ni, hablando en sentido estricto, moral o inmoral sino indudablemente original, tanto por sus manifestaciones y por su omnipotencia, como por la dialéctica extremadamente interesante en la que involucra al ser humano. Sin olvidar que el Destino rige al mismo tiempo la historia de los dioses y la del cosmos o la de los hombres, expondremos a continuación una idea muy rápida de esta dialéctica puramente agonística, que podemos considerar el rasgo más destacable del universo religioso de los antiguos germanos. En el momento de su nacimiento, el niño era depositado sobre la Tierra, más tarde levantado (hacia el Sol) y por último salpicado con Agua: de este modo era explícitamente consagrado a las Potencias - más tarde parcialmente individualizadas bajo la denominación colectiva de disas (dísir, que evoca directamente del sánscrito shisana), una especie de hipóstasis de las Nornas, divinidades fatídicas en cualquier caso-, es decir, el niño era expresamente dotado por ellas de la coloración propia de su destino, que es llamada máttr ok megin: capacidad y posibilidad de éxito (o de victoria). De modo que el niño quedaba conectado con lo divino, en el sentido exacto del atributo; de alguna manera los dioses y él habían sellado una especie de pacto que, a lo largo de su existencia, haría que él les rindiese un culto adoptando posturas significativas, cada una de las cuales constituía un retorno a los orígenes, les dedicase una especie de afecto (el hombre nórdico trata a su dios de vinr, ástvinr: amigo, caro amigo) y les considerase como "patrones", en el sentido cristiano del término: fulltrúi, en quien uno tiene la máxima confianza. El sentimiento de esta pertenencia a lo sagrado, la certeza de esta dotación fatídica, serán denominados su "honor" y todo su orgullo será dedicado a justificarlo. A justificarlo, a hacer que lo conozcan o que lo reconozcan. De ello se deriva, aun nivel tanto ético como metafísico, un curiosísimo tipo de comportamiento que será el suyo propio y que se expresa por medio de tres palabras: conocerse a sí mismo, aceptarse y manifestar esta naturaleza que le ha sido conferida. De hecho, atentar contra la dignidad de alguien significa atentar contra lo sagrado presente en él desde el comienzo de su existencia; ir contra su destino significaría injuriar a las Potencias; cumplir voluntariamente el destino propio equivale a una comunión con lo sagrado. De ello se sigue que pocos universos han sido tan respetuosos con los decretos del destino, al mismo tiempo que tan poco oprimidos por una fatalidad anónima o funesta, puesto que el destino es aceptado y sus aspectos manifestados por los actos. Añadamos que el azar - para el que la lengua no dispone de un término específico- no existe y que la misma palabra se aplica para la suerte y la felicidad.
   Todo esto nos proporciona una especie de invariable marco teórico sobre el que podemos construir el sistema de estructuras que hemos venido definiendo hasta ahora: en un universo que rechaza el azar, que de un modo instintivo se amolda a las grandes pulsiones elementales y se conoce, se define por sus actos, podemos proponer, siempre a modo de hipótesis de trabajo, un eje ideal orden-fuerza-dinamismo, nociones todas ellas que juegan un importante papel a lo largo de la historia entera de las nociones germánicas, sobre el cual es fácil situar los tres temas que hemos ido discutiendo desde el principio. 
   De este modo propondremos, para empezar, una variante "solar": fuerza-derecho o fuerza-guerra. Derecho y guerra estaban indisolublemente unidos entre los germanos, su dios "más antiguo", Týr, fue precisamente llamado Marte thingsus (el Marte del Thing, esa asamblea estacional de los hombres libres, en el curso de la cual se tomaban las decisiones comunes de orden legislativo y jurídico) por las legiones romanas instaladas en la región de Frisia. Esta categoría está, grosso modo, representada por una parte de los dioses denominados Ases. Nosotros la abordaremos de acuerdo con una dicotomía un poco simplista, pero que se adapta bastante bien al universo mental germánico, en el que amigos y enemigos, fuerza y debilidad, orden y desorden se hallan en firme oposición. Este mundo es concebido como un momento de equilibrio, perpetualmente amenazado, entre orden y desorden: esta última noción es obra sobre todo de los gigantes, quienes a partir de ahora serán considerados casi en exclusiva como potencias maléficas. Son ellos quienes han dado nacimiento al dios del mal, Loki (o Loptr, que significa literalmente "aire, atmósfera") y a su progenie infernal. Loki causa problemas insolubles si pretendemos abordarlo desde un punto de vista exclusivamente ético. Por el contrario, desde la perspectiva que hemos adoptado aquí, dejando a un lado la multiplicidad de sus aspectos, él es el causante del desorden por excelencia, y cada una de sus intervenciones están igualmente relacionados con el gigante o genio Surtr (su nombre signifca "negro"), que es - la única mención de este hecho en esta mitología - la encarnación del fuego devastador que consumirá el mundo en el Ragnarök; también están asociados al dios Hödr, que bien podría ser la prueba de una influencia maniqueísta y que claramente es concebido como la antítesis de Baldr el bueno, a quien él da muerte.
   Este último dios nos introduce en las potencias "solares" del Orden. Nombraremos a continuación tres, a las cuales añadiremos a los héroes (Völundr, Sigurdr) ya mencionados. En primer lugar, como sabemos, viene Týr (¿Tiw, Saxnot, Saxneat?), que es EL dios por excelencia. Del mismo modo que Odín es tuerto, este dios es manco debido a las razones anteriormente expuestas y en virtud de una especie de principio estructural brillantemente establecido por G. Dumézil. En la época a la que nos referiremos aquí, se ha convertido en la práctica en un deus otiosus, y la mayor parte de sus atributos han sido asumidos por otras divinidades; pero no cabe la menor duda de que este dios representa lo que es más fundamental en la mentalidad germano-nórdica: el ejercicio soberano, pero fundado en derecho, de la fuerza. Sin embargo, el gran dios de la época vikinga, presente en todos lados, desde la toponimia y la onomástica hasta la devoción popular, promovido por otro lado al título de adversario oficial de Cristo en el momento de la evangelización del Norte, es Thorr (Donar, Thunor), quien combina en su persona la mayoría de los atributos divinos: él es, etimológicamente, el trueno y su "martillo", Mjöllnir (Aniquilador) representa el rayo. Desde este punto de vista, encarna la fuerza y la guerra, pero también la fertilidad, puesto que la tormenta aporta la lluvia fecundante, y no en vano pasa por ser el hijo de Jörd/Erde, la Tierra. Aún más: su martillo es un instrumento mágico con el que resucita a sus machos cabríos sacrificados (en el mito, altamente elaborado, de su viaje a la morada de Loki de los Recintos Exteriores) y "bendice" o consagra matrimonios y otras ceremonias - de lo que dan prueba ya en la Edad del Bronce algunos petroglifos -. Él es el defensor del Orden por excelencia; su primera función consiste en derrotar a los gigantes maléficos en el curso de sus frecuentes expediciones "hacia el este". Su brutalidad grosera se opone tanto a la rectitud indiscutible de Týr como a la sutilidad tenebrosa de Odín. Pero si se estudia con mayor detenimiento a esta divinidad, se ve claramente que no se limita a ser una fácil personificación truculenta del músculo. En lo que respecta a la figura de Baldr/Balder, se podría decir que llama un poco la atención en este universo de tensión y de violencia. Evoca de una manera poderosa un complejo oriental (su nombre recuerda al de Ba'al, su figura a las de Tammuz o Adonis) y claramente solar, es bueno, bello e inactivo. Su muerte desafortunada por la mano inocente de su hermano ciego Hödr será el único mal inexpiable que conocerá el mundo, pero será él quien presidirá la regeneración universal y el renacimiento de los hombres. Como el de Freyr, su nombre significa "señor". Uno se halla tentado a ver en él un arquetipo fundamental ensombrecido a lo largo de milenios por aportaciones étnicas más viriles, o bien,  de acuerdo con la dialéctica antinómica que ya hemos destacado anteriormente, la expresión de un concepto de reposo o de ataraxia indispensable para la percepción viva de una idea de violencia que tan claramente ejemplifican los demás Ases.
   Antes de dejar este tema del orden/desorden, que en ningún lugar queda mejor representado que en esta variante "solar", nos detendremos un momento sobre la cosmogonía y la historia mítica del mundo germano-nórdico, puesto que ambas lo ilustran también admirablemente. Snorri, confirmado por otras fuentes, se esfuerza por mostrar cómo el universo salió del caos primigenio, el abismo Ginnungagap (el Vacío Abierto), al cual habrá de regresar un día; cómo, a partir del enfrentamiento antitético entre el mundo-de-las-tinieblas-y-del-frío (Niflheimr) por el norte, y el mundo-del-fuego (Múspellsheimr) por el sur, nació el híbrido Ymir, que engendró a los gigantes, mientras la vaca primordial Audumla creaba a los antepasados de Odín y de sus hermanos a partir de una piedra lamida por ella. La primera tarea emprendida por estos últimos consistió en dar muerte a Ymir y crear, a partir de las diversas partes de su cuerpo, el mundo. A continuación se apresuran a pesarlo, a contarlo, a dividirlo, estableciendo un dominio para los dioses o Asgardr, otro para los hombres o Midgardr y un tercero para los gigantes o Útgardr.  A continuación viene la creación de los hombres en sentido propio, mientras los dioses se reparten su territorio y se construyen diversos palacios. Ya sólo falta inventar el sol, la luna y las estrellas; asignar una morada a los muertos e inscribir el todo en una vasta mandorla cuyo principio unificador, al tiempo que organizador, es el fresno Yggdrasill, que mantiene unidos los mundos nuevos que acaban de ser creados y asegura la incesante circulación de uno a otro. Notemos que, a pesar de esta última imagen, nada es fijo ni estático en esta visión del mundo: los ríos sagrados fluyen sin cesar, los lobos persiguen incansablemente a la luna y al sol con la esperanza de devorarlos, el viento provocado por el águila posada en la copa de Yggdrasill agita continuamente las ramas del árbol, los dioses están continuamente en movimiento, a imagen de Thorr, la vida florece sin reposo para la especie humana y divina y los mismos difuntos no interrumpen ni esta circulación ni esta actividad: se hallan en camino hacia el mundo de Hel, hija de Loki y guardiana de los infiernos o Helheimr, por el puente Bifrost que resuena bajo sus pasos, para alcanzar el Valhöll (Walhalla), donde pasarán su segunda vida luchando entre sí en una batalla sin fin, puesto que cada noche se recuperarán de sus heridas para celebrar un banquete. No podemos evitar, tomando la distancia necesaria, comparar esta Weltanschauung con un enorme hormiguero desordenado e incesante, un momento formidable se realiza constantemente, inmóvil y minuciosamente estructurado: como ocurre en las visiones estroboscópicas, también aquí el movimiento vertiginoso da la apariencia de una fijeza ilusoria. 
   Este conjunto se halla sometido a una historia eminentemente fatídica, puesto que todos están familiarizados con ella desde buen principio y en cierto sentido la mayor parte de los grandes textos de la Edda no cumplen otra función que la de recapitular, si podemos decirlo así, lo que ha de suceder. Y es aquí, en efecto, donde hallamos la más completa expresión de este resorte ético-metafísico al que no hemos dejado de aludir con insistencia, y que hace del equilibrio orden-desorden la condición sine qua non de la marcha del mundo. Una ruptura se producirá en ese statu quo, una ruptura provocada en todos los casos, directa o indirectamente, por Loki, cuyo motivo inmediato (llámese avaricia, lujuria, o ambición, que poco importa en el fondo) varía de acuerdo con la media docena de tradiciones diferentes que relatan de un modo oscuro el hecho. Lo cierto es que la causa profunda es, en todos los casos, un acto de perjurio por parte de los dioses, aun cuando uno podría inclinarse por destacar las incidencias etnológicas o "históricas" del hecho (la famosa batalla entre los Ases y los Vanes). La única evidencia segura es que los dioses han faltado a su palabra. Si admitimos la interpretación propuesta anteriormente de la dialéctica destino-honor-venganza, con su referencia permanente, obligada y forzada a lo Sagrado, se comprenderá facilmente que en este universo es ésa la única falta que no admite expiación: los dioses han roto su palabra, y por eso mismo son condenados, ellos y el universo ordenado por ellos.
   No todos, a decir verdad: en este complejo mental en el que no parece tener cabida el nihilismo radical, en el que la vida, la fuerza vital, importa más que cualquier otra cosa, hasta el punto de que la nada, la no-vida parecen inconcebibles, no podía ocurrir que todo se acabase de una vez por todas. Ésta es la razón por la que, paralelamente al perjurio, otro suceso tiene lugar, la muerte de Baldr, cosa que preservará su inocencia al desligarlo previamente del perjurio en cuestión. Ello no impide que la condena de este mundo sea irrevocable. Esto Será el Ragnarök o Destino-de-las-Potencias (lectura infinitamente preferible a Ragnarokkr o Crepúsculo-de-las-Potencias) tal y como es descrito en unas páginas dantescas, de una inolvidable belleza salvaje, de la Völuspá, la joya de la Edda poética. ¿Acaso es éste el triunfo de las fuerzas del desorden, con lo cual el caos inicial volverá por sus fueros? Ya hemos dicho que no. De hecho, el Ragnarök tiene todas las cualidades de una catarsis, nos hace pensar, a escala gigantesca, en esas pruebas iniciáticas que tanto se prodigan, por otro lado, en esta religión tan profundamente marcada de rasgos chamanísticos. Nada ha finalizado de una vez por todas, todo vuelve a empezar de nuevo, pero en un tono más alto, en una especie de progresión en espiral. De este nuevo caos surgen las llanuras verdes donde Líf y Lifthrasir (Vida y Vivaz), la nueva pareja humana transfigurada, maravillosamente salvada a los pies de Yggdrasill, recomienza una historia humana magnificada por los rayos de un sol invencible, mientras que Baldr, intacto, Hödr, inocente como él, y los hijos de los antiguos grandes Ases regresan y encuentran en la hierba alta los tableros de oro, juego de azar simbólico de su complicidad inmortal con el Destino:
   
Las huestes leales allí habitarán
Y para siempre serán felices
(Völuspá, estr. 64)

   De modo que no hay por qué llorar por los antiguos dioses: han regresado y, con ellos, el orden ideal, el orden de la vida imperecedera.
   Pero si optamos por privilegiar la segunda variante, la variante agua-magia que inscribiremos sobre un eje fuerza-ciencia o fuerza-poesía (la distinción parecerá especiosa), encontraremos las mismas constantes, sólo que elaboradas de diferente manera. Ciencia y poesía están asociadas a los adjetivos vitr o fódr, cuyo contenido semántico resulta impreciso: una vez más, no se trata de un saber especulativo, sino de fuerza vital. Las runas, al igual que el epigrama griego, tienen el poder de destruir (sobre todo bajo la forma groseramente satírica del níd), de obligar y también de curar, de construir; las estrofas escáldicas pueden encantar, en el sentido fuerte del término: pueden bendecir o maldecir. Unas y otras, así como, en un sentido más general, la magia sirven para mantener un orden establecido y también para conjurar sus posibles insuficiencias. Esta segunda variante está representada por el resto de la familia de los Ases, con la intrusión de una diosa de los Vanes, Freyja, en cualidad de gran sacerdotisa de la operación mágica por excelencia, que es el sejdr.
   Aquí el papel preeminente recae sobre Odín/Wotanaz/Wodan, que sin duda alguna es la figura más extraña de este panteón: feo, tuerto, bribón, cruel, misógino y cínico, al contrario que Thorr, Ullr y Freyr, ha dejado muy pocas huellas en la toponimia y absolutamente ninguna en la onomástica (aparte de haber dado su nombre al miércoles, como Týr al martes, Thorr al jueves y Freyr al viernes). Su nombre indica que posee el furor sagrado, ódr, que procede de la embriaguez mística o del saber esencial. Por utilizar la terminología duméziliana, se trata del dios-rey-sacerdote-sacrificador por excelencia, maestro y árbitro del blót, o lo que es lo mismo, el mago supremo. Su ciencia hace su fuerza. Él es grande porque conoce y tiene a su disposición todas las tretas, lo que le opone a Thorr, quien por regla general vence de un modo leal, por la fuerza; todas las seducciones, al contrario que Freyr o Baldr, que conquistan por medio de su bondad, su belleza o la evidencia imperiosa de su deseo; todas las argucias dialécticas y los juegos de palabras casuísticos, por oposición a Týr, que representa el derecho y la justicia imprescriptibles. No aprende nada, todo lo sabe; no instruye, antes bien, confunde y ridiculiza. Si preside el combate y la guerra, no lo hace de un modo directo: se contenta con arrojar su lanza Gungnir por encima de los combatientes para condenarlos a muerte; su implicación en el combate se expresa en primer lugar a través de sus guerreros-bestias o berserkir, y después a través de sus mensajeras o valkirias. Los primeros representan a un nivel humano lo que Odín es a un nivel divino: vestidos con pieles de oso (de ahí su nombre: camisas de oso) o de lobo (también se les llama úlfhednar: pellizas de lobo), entran en un estado de furor sagrado que hace que su fuerza se incremente diez veces, y que les hace capaces de llevar a cabo las hazañas más inimaginables. No queda del todo excluida la posibilidad de que hayan podido construir una especie de casta agrupada en torno a los jefes y los reyes, una guardia de corps, por decirlo de algún modo.
   Las valkirias son de otra naturaleza, como su propio nombre indica: ellas son, delegadas por Odín, las que escogen (el verbo kjósa, de donde procede -kyrja) a los muertos sobre el campo de batalla (el substantivo valr). De este modo, ellas representan a Odín en tanto que señor de los destinos individuales. Valkirjur o Alaisiagae, llevan nombres parlantes que, sintomáticamente, pertenecen a dos áreas semánticas diferentes: unas son simplemente marciales, como Gunnr-Gudr (Batalla), Hildr (Combate), Hrist (Agitadora de armas), Baudihillie (Ordena-Batallas), las otras, más interesantes quizá, son claramente mágicas: Göndul (que sabe manejar el gandr o vara mágica), Göll y Hlökk (idea de grito terrorífico), Mist (Bruma, entorpecimiento), por no hablar de Herfjöturr que evoca los lazos (fjöturr) que se abaten sobre el guerrero o el ejército (herr) para paralizarlos, dejándolos así a merced de los enemigos. Notemos que se trata de divinidades que no tienen nada realmente terrible, como lo indica también otro de sus nombres, Friagabi (Dar-Libertad),puesto que los guerreros que son arrebatados así del campo de batalla no se ven abocados a un traspaso siniestro: son promovidos al rango de einherjar aceptados en el Valhöll (o Sala-de-los-Caídos). No es seguro que este mito sea aunténticamente germano-nórdico, pero sin duda su principio odínico está frecuentemente enraizado. Su fuerza , al igual que su elección, no han de ser consideradas virtudes militares stricto sensu, sino más bien dones mágicos.
   Por lo demás, todo cuanto concierne a Odín está caracterizado de manera tal que con frecuencia se le ha visto como una especie de dios-chamán a quien se le ofrecen sacrificios por ahorcamiento y nada, absolutamente nada de lo relacionado con este dios tiene la claridad de los fenómenos racionales. Pues sus matrimonios con Fjörgyn, la Tierra-Madre, cuyo fruto es Thorr, más tarde con Frigg/Frija que probablemente no es sino una hipótesis de la precedente, lo relacionan con bastante claridad con la fertilidad/fecundidad, mientras que su unión con la gigante Rindr, con la que tendrá tres hijos, Vidarr, Váli y Hermodr, introduce un tema bien marcial (Hermodr significa "ardiente en el combate"). Además, el hecho de que presida, junto a Hoenir y Lódurr, poco conocidos por otro lado, sobre la creación del hombre le otorga también la estatura de dios fundador.
   De hecho, nuestras certezas a propósito de Odín son raras y poco claras, dejando a un lado el hecho de que este dios es en esencia mágico y está siempre ligado a algún elemento líquido, aguas adivinatorias, sangre sacrificial, bebida de éxtasis poético o humor sexual. Ésta es la razón por la que no existe unanimidad a propósito suyo más que sobre un punto, ciertamente esencial, en el complejo mental germano-nórdico: preside la poesía, que es un arte divino y real, encargado de transmitir con sabiduría una ciencia profunda y cuenta para ello con una especie de casta (al principio) altamente esotérica, los escaldas, a su servicio. Arte eminentemente aristocrático, este epíteto se adapta a la perfección, en su conjunto, a este dios. La Edda en prosa explica a este respecto un mito sabiamente elaborado y muy bien comentado: el del origen de toda poesía. El mito explica cómo el néctar poético, hecho de la saliva de los Ases y de los Vanes, fue transformado a continuación en un hombre llamado Kvasir (cuya consonancia eslava no pasa desapercibida), reputado como supremamente "sabio"; éste fue asesinado y su sangre conservada en dos recipientes celosamente guardados por un gigante, Suttungr. Al precio de una serie de metamorfosis animales, odín consigue tragarse ese líquido para restituirlo al Asgardr. Este papel de "salvador" o, más exactamente, de inventor de la inspiración poética parece ser primordial, si no olvidamos que la poesía trata de penetrar los arcanos de la sabiduría o, una vez más, de controlar el furor, poético en este caso, el poder creador de la palabra, sus capacidades de fundación del mundo. Parece que nos hallamos aquí en el núcleo de un mesurado y bien modulado constituyen expresiones de la fuerza suprema, manifestaciones claramente dinámicas de una vida profunda. Pues al fin y al cabo, del mismo modo que Anfión construyó Tebas a los acordes de su lira, la fuerza de la palabra mágica compone el mundo. Debemos reconocer que nada es menos "bárbaro" o primitivo que el complejo de ideas, de imágenes y de sentimientos que subyacen a este mito y su personaje. Aquí, al devolver al vocablo toda su fuerza primera, la palabra se convierte en fascinación. Podemos evocar las ornamentaciones increíblemente elaboradas de las joyas vikingas, de los knörr o de los montantes de las puertas de las iglesias de madera desbastada (stavkirker) de Noruega: complejidad y refinamientos no son aquí manierismo, sino la sugestión de un poder que parte de la naturaleza para organizarla, recrearla y, finalmente, conferirle un sentido superior.
   Volveremos sobre consideraciones más elementales si, por último, examinamos la tercera y última variante, propiamente telúrica, que proponemos: aquella en la que la fuerza pertenece a la fecundidad, a la fertilidad, en la que el orden es la vida de un modo expreso y el desorden todo aquello que tiende a su mutilación o negación.
   Este tema es el más importante, el más profundo y, por último, el único verdaderamente constante y determinante del mundo mental germano-nórdico. Lo hemos encontrado y evocado continuamente en las páginas precedentes. Si el tema guerrero apenas aparece en estado puro, si el motivo mágico-sabio siempre acaba siendo tan impuro que admite diversas interpretaciones eventualmente contradictorias, el principio de la fertilidad-fecundidad acusa una impresionante omnipresencia y es siempre susceptible de abarcar todos los demás. Al rey se le pide antes que nada que asegure buenas cosechas, al mago que conjure las hambrunas, al sacerdote o godi que asegure la perpetuación de la vida. Thorr, que desencadena el rayo, precipita también, ipso facto, la lluvia fecundante. Odín, que llena de terror y paraliza a la gente, posee además extraños poderes que le permiten hacer que se "consiga" la cerveza, que las mujeres den a luz, etc.
   Ésta es la razón por la que conviene situar en un lugar aparte, preeminente, el arquetipo bisexual Fjörgyn(n), cuyo nombre significa "el que favorece (da) la vida" y que es Jörd, la Tierra-Madre. Es ella la que dispone de la fuerza o capacidad de éxito (jardarmegin) y, desde los poemas éddicos a las Conjuraciones de Merseburgo, únicamente ella es el objeto de las poquísimas plegarias verdaderas que aparecen en esos documentos. Esposa de Odín, madre de Thorr: bajo esos títulos, reúne los tres temas o principios (funciones, si se quiere) que hemos intentado individualizar. Ella es lo que el hombre habita y prepara para que fructifique - connotaciones expresadas por el verbo búa, de donde deriva el substantivo búandi, bóndi que, en época vikinga, designa al hombre por excelencia, al hombre libre, pilar y alma de esta sociedad.
   La fuerza-fertilidad/fecundidad constituye el atributo indiscutible de la familia de los Vanes, quienes en ocasiones son claramente concebidos como la antítesis de los Ases, aun cuando a lo largo de la historia las interferencias mutuas, las usurpaciones y las intersecciones ("matrimonios") no dejarán de ir en aumento, hasta el punto de que Freyr será asimilado algunas veces al hombre de guerra (Sigurdar vinr) y a la inversa, Thorr al agricultor, como ya hemos visto. Hablando en sentido estricto, no hay más que tres Vanes: Njördr, su hijo Freyr y la paredro de éste, Freyja,
   Njördr/Nerthus, hermafrodita al igual que Fjögyn(n), es claramente la tierra germinante y húmeda próxima a las vías de agua, puesto que habita en Nóatún (Recinto-de-las-Naves). Quizá debiéramos ver también otra de sus figuraciones en Aegir/Gymir, el dios de los mares. Bajo este título se habría casado con Rán, la diosa de los mares, cuyo nombre quiere decir saqueo y que está provista de una red con la que recoge a los marineros destinados a morir. Los hermosos mitos concernientes a los Vanes son siempre susceptibles, sin distorsiones indebidas, de interesantes explicaciones naturalistas. Así, Njördr pasa por haberse casado con Skadi, que es la tierra helada del Norte, cubierta de nieve y señora por lo tanto del esquí (cuya invención remonta muy atrás en el tiempo). Ambos esposos no consiguen cohabitar por razones meteorológicas, Njördr porque detesta las montañas y el aullido de los lobos, Skadi a causa de los gritos de las gaviotas, de modo que cada uno de ellos regresa a su dominio buena parte del año.



  AMULETO DE FREYR. BRONCE. ESTOCOLMO, HISTORISKA MUSEET. FOTOGRAFIA DEL MUSEO. ARCHIVOS HAMLYN GROUP.















Tienen dos hijos, Freyr y Freyja. Freyr/Fro es sin duda el más popular de los dioses germano-nórdicos junto con Thorr. Preside sobre el amor, las riquezas y las orgías, y su arma, la espada, es una variación del phallus impudicus que ya hemos evocado a propósito de las piedras enhiestas. Gracias a los buenos oficios de su mensajero Skirnír (el Centelleante), establece una alianza con una gigante, Gerdr, que representa la tierra y que se entregará a él con un cierto retraso, en primavera: como si se tratase de la tierra fecunda y la simiente. El poema donde se recoge este mito, Skirnísför, en la Edda poética, logra transmitir una impresión casi física de ese deseo imperioso. Y desde el mismo punto de vista debemos considerar también a Freyja, también llamada Gefn/Gefjún (nombre que contiene en sí mismo una idea de don), a quien no debemos confundir con Frigg/frija, la esposa de Odín, aun cuando existen determinadas similitudes entre ambas, que incitan a confusión: así, Freyja está casada con Ódr (literalmente "furor sagrado"), que forma una pareja aliterativa con Odín. Freyja es el amor sexual desencadenado, lascivo, como atestiguan el culto orgiástico que se le dedicaba, su carro tirado por gatos y su único adorno, el gran collar Brisingamen, que sugiere una explicación psicoanalítica de las más simples. Sin embargo, Freyja preside también sobre la magia, sin duda negra - ésta es la razón por la que un dístico oscuro hace de ella la divinidad tutelar de los muertos -, y seguramente debía de tener su propia casta de sacerdotisas. Todos éstos son rasgos que, sin embargo, no hacen de la familia relativamente bien definida de los Vanes entidades susceptibles de análisis demasiado diversos.
   







 CABEZA DE HOMBRE HALLADA EN OSEBERG. OSLO, UNIVERSITETETS OLDSAKSAMLING. FOTOGRAFÍA DEL MUSEO. ARCHIVOS HAMLYN GROUP.











   Fuerzas naturales, fuerzas de vida, fuerzas de lucha y de combate, un universo donde el verbo "devenir" acaba siendo semi-divinizado (a expensas de la Norna Urdr): se ve muy bien a lo que puede dar lugar una visión semejante del mundo si uno no quiere retener más que esta orgía de movimiento, de tensión, de progreso; sobre todo si se conjura con los tan prestigiosos como mal conocidos vikingos. Y es cierto, sin ningún género de dudas, que esta religión fue hecha por y para ellos, hombres de acción que privilegiaban los valores de la acción, hombres de un destino excepcional y, por esto mismo, excepcionalmente conscientes de su destino. Asociada a los oscuros acordes de la música wagneriana, brutalmente iluminada por la luz de primitivas auroras, esta imagen brilla de un modo magnífico en épocas como la nuestra, abrumadas por una angustia existencial, decadentes y con cierta inclinación al nihilismo. Pero esta visión, y desearíamos que este breve estudio así lo haya demostrado, resulta demasiado limitada. Aquí, a pesar de las apariencias, el derecho del más fuerte (en sentido muscular) no es el mejor, la fuerza no prima sobre el derecho, no basta con querer para poder. Podríamos decir incluso que es exactamente lo contrario. Pues esta fuerza, en su propio exceso y profusión, es siempre dominada, medida, reglamentada: trascendida. Por lo menos de dos maneras, que sin duda no son sino las dos caras de una misma realidad: la poesía y la magia.
   Si el mundo sobrenatural germano-nórdico es una fuerza que avanza, no lo hace a ciegas, y esta fuerza tampoco halla en su ejercicio su cumplimiento. El metro pondera y estiliza la palabra mágica, la magia desdobla y hace más profunda la palabra, el mundo se halla en su lugar, justificado, magnificado y, en consecuencia, amado por efecto de la acción: una vez ,ás, nada queda entregado al azar. Los hombres que proyectaron de esta manera sus deseos y sus sueños sobre un sagrado con el que había sabido comunicarse no eran en absoluto unos brutos arrogantes. Eran antes que nada poetas y magos. 

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