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La mitología gitana - ritos mágicos y femineidad

Los gitanos creen en una multitud de seres sobrenaturales, buenos o malos espíritus, que ejercen su influencia a lo largo de toda su existencia. Esta creencia aparece en numerosos relatos y ritos mágicos. La importancia de esos numerosos espíritus nos podría llevar a admitir una forma de politeísmo entre los gitanos. La adopción por parte de los gitanos de una religión monoteísta oficial (cristianismo o Islam) les impedía ver en esos espíritus "dioses" en el sentido clásico; pero no por ello dejan de participar en el absoluto de lo divino, puesto que condicionan la existencia de los mortales. Por otro lado, su carácter funcional explica su multiplicidad. La aculturación general de los gitanos actuales hace que resulte difícil determinar los orígenes de estas creencias míticas, especie de estratos de una conciencia religiosa "sedimentada", en la que pueden disntiguirse restos de influencias de las diversas poblaciones junto a las que los gitanos se han establecido en algún momento.
   Entre esos innumerables espíritus más o menos dotados de una cierta corporeidad, se distinguen varios grupos, que con frecuencia son confundidos por no pocos de los gitanos actuales. El principal está constituido por las famosos diosas del destino, las Ursitori (o Ursitory, llamadas Urmas por algunas tribus), o "mujeres blancas", pues van vestidas de blanco. Su descripción, su modo de vida, varían bastante de una tribu a otra. Por regla general se las relaciona con el reino vegetal, y son concebidas en cierto modo como una especie de almas de los árboles. Van en grupos de tres e intervienen principalmente en el nacimiento del gitano, de quien determinan el destino. Una de las hadas es buena, otra maléfica y la tercera desempeña un papel intermedio. Algunos historiadores han puesto en relación esta creencia con la de las antiguas Parcas. La mayoría de los ritos mágicos determinados por esta creencia tienen como fin influir sobre estas diosas del destino en el momento del nacimiento, ofreciéndoles unos alimentos apropiados y, sobre todo, invocándolas por medio de numerosas plegarias murmuradas por una maga a la entrada de la morada donde tiene lugar el nacimiento. Un gitano contemporáneo escribió una novela (Mateo Maximoff, Les Ursitory, París, 1946), más tarde trasladada al cine, en la que popularizó esta creencia.
   Aparte de esta especie de diosas, el mundo sobrenatural gitano está poblado por muchos otros espíritus, cuya actividad se revela principalmente en caso de enfermedad o en el momento de la muerte. Los gitanos, que están persuadidos de vivir en simbiosis con todos esos espíritus, los ven en todos y cada uno de los fenómenos naturales. Así explican la enfermedad como la invasión de un elemento patógeno en lucha contra el espíritu vital que todo hombre lleva en sí mismo.
   Los gitanos, en efecto, creen por regla general en la existencia de un espíritu protector individual, una especie de ángel guardían, al que con frecuencia resulta difícil distinguir del soplo vital (al que nosotros llamaríamos alma), y al que los gitanos del sudeste europeo llaman Butyakengo (etimológicamente: "el que tiene numerosos ojos", a fin de percibir mejor los peligros que amenazan a su protegido). Este espíritu protector constituye un poderoso factor de solidaridad entre generaciones. Cada muerto deja sobre la tierra una parte de su espíritu vital o protector, y esta parte pasa a habitar el cuerpo de un descendiente suyo (normalmente el del hijo mayor). No obstante, los demás descendientes no resultan perjudicados, pues este espíritu protector del difunto se queda en la tierra y protegerá a los descendientes. De modo que este espíritu es como una porción del alma del difunto que las sucesivas generaciones se transmiten. Cada individuo, cuyo cuerpo está animado por su propio espíritu o alma, está también habitado por una porción del espíritu de sus antepasados; y es entonces cuando podemos señalar unmatiz: mientras esta porción es distinta del espíritu propio del interesado, constituye en él un espíritu protector, que eventualmente puede abandonarlo.
   El espíritu protector vela realmente sobre el hombre en el que habita, incluso si, durante el sueño, abandona su cuerpo para protegerlo de una desgracia. Mientras que un difunto entrega su alma (espíritu vital individual) por la boca, el espíritu protector heredado de los antepasados sale para sus vagabundeos por las orejas: advierte a su protegido por medio de un silbido en la oreja; pero suele salir sobre todo, si es que le abandona momentáneamente, por la oreja derecha, mientras la izquierda tiene el privilegio de ser su puerta de regreso. De ahí el cuidado que pone el gitano en limpiarse esta oreja, sirviéndose para ello del dedo meñique de la mano izquierda, cuya uña corta con cuidado a este propósito. Lo esencial estriba en favorecer el regreso del espíritu protector y de los eventuales mensajes de los que pudiera depender de la vida del interesado. Como el muerto ya no tiene necesidad de un espíritu protector (puesto que su destino será errar en un mundo paralelo y misterioso), algunas tribus gitanas rompen este pequeño dedo del difunto y le atan una moneda con un hilo rojo.
   Numerosos elementos de estas creencias y ritos han sido tomados sin duda alguna del folclore de los pueblos que les rodeaban en una época más o menos antigua: de ello subsisten también algunos vestigios en nuestra lengua popular (cf. el francés "me lo ha dicho mi meñique"). No podemos negar esos préstamos, incluso si las exigencias de la vida gitana han llevado a una integración o una reinterpretación de esos elementos extranjeros. Podríamos encontrar muchos otros ejemplos en las creencias en los espíritus maléficos, causantes de enfermedades o de desgracias. Entre estos últimos, resultan particularmente nefastos los que son liberados por la muerte, cosa que explica el hecho de que para los gitanos la muerte ese cargada de maldiciones y tabúes para los que quedan con vida. Aun cuando se les confunde con frecuencia, estos espíritus malignos son de dos tipos: el Mulo y los vampiros.
   El Mulo, sinónimo de "fantasma" o de "muerto ambulante", designa al espíritu de un muerto que puede manifestarse y reencarnarse en otro hombre o animal (a menudo mulo se traduce también como "muerto-viviente"). El origen del Mulo resulta significativo; no todo muerto se convierte en Mulo, tan sólo los niños nacidos muertos. Para algunas tribus gitanas el Mulo no tiene huesos y le falta el dedo corazón de ambas manos, que se ha dejado en la tumba. Vive en las montañas y visita con frecuencia las casas para robar todo aquello que necesita. Puede manifestarse de un modo visible, cosa que jamás resulta de buen augurio.
   En otras tribus gitanas la creencia en el Mulo es mucho menos precisa y confunde en cierto sentido con la creencia en la transmigración de las almas de los muertos en un animal, perro, gato, rana, bajo forma de malos espíritus. Esto nos conduce hasta la otra especie de espíritus maléficos liberados por la muerte, la de los vampiros. Se trata de un mito que no es exclusivo de los gitanos, sino que aparece en el folclore de numerosas ramas indoeuropeas (sobre todo entre germanos y eslavos). Los historiadores han establecido perfectamente la relación que existe entre el lukanthropos de los griegos, el versipellis de los romanos, el Werwolf de los germanos, el loup-garou francés y el vampiro gitano, que es el espíritu maléfico que toma posesión del cuerpo de un muerto. De ahí las precauciones que toman los gitanos cuando uno de ellos muere, no sea que semejante espíritu nefasto se escape y acabe ocasionando desgracias. Ésta es también la razón por la que se hacen ciertas libaciones en el transcurso del banquete funerario, en particular de la Pomana; la cuestión es apartar a los vampiros de la tumba, y para ello se vierte sobre ella vino o aguardiente.
   Para acabar, otra creencia muy extendida entre los gitanos es la de la existencia de brujas. En este caso no se trata de seres sobrenaturales, ya sean hadas o diosas, como las Ursitori, sino de mujeres dotadas de poderes maléficos. Una mujer así se convierte en bruja (que etimológicamente, en la lengua gitana, significa "la mujer que se irrita ante la felicidad de sus hermanos humanos") tras mantener una relación sexual con un demonio patógeno. Su característica es que son capaces de transmitir este espíritu demoniaco a un hombre o a un animal (por ejemplo a un gusano o a una culebra, que a su vez puede transmitir este espíritu a un hombre que duerma con la boca abierta).
   Estas creencias enormemente variadas, a menudo han sido también tomadas del folclore de los pueblos circundantes, incluso cristianizados. Numerosas tribus gitanas sitúan la gran fiesta anual de las brujas durante la noche de Pentecostés. De la misma manera, la relación que existe entre las numerosas prohibiciones de orden alimentario y la creencia en las brujas muy probablemente se puede atribuir a una reinterpretación de antiguas prohibiciones, cuyo significado se habría perdido; la incorporación de estos tabúes a la mitología de las brujas les habría conferido una nueva vitalidad. Por otro lado, esta transferencia se ha efectuado en un contexto en el que la sexualidad es predominante (por ejemplo, la haba es un alimento prohibido, puesto que se parece a un testículo). Además del origen sexual de los poderes de la bruja (las relaciones con los espíritus demoniacos), la renovación de estos poderes se sitúa en un contexto similar, el del pacto de sangre. Mientras que en la demonología cristiana clásica este pacto puede ser firmado tanto por un hombre como por una mujer (ofreciendo al diablo un poco de sangre del brazo, en el que se ha infligido voluntariamente una herida), aquí es la bruja la que vivifica su poder al ofrecer al diablo de sus reglas para que la beba. Es evidente que la cristianización de numerosos gitanos atenuó estos elementos míticos más antiguos.Pero la creencia en el poder de las brujas, en su capacidad de lanzar maleficios, de causar la desgracia con tan sólo una mala mirada o el aliento de su boca, no pudo por menos que crear en torno a los gitanos un aura de misterio, sobre todo entre poblaciones crédulas y dadas a la superstición, y por ello mismo más fácilmente inclinadas a respetar a estos nómadas y a proporcionarles algunos recursos.

               Ritos mágicos y femineidad

Los mitos condicionan los ritos. La multiplicidad de los primeros, de orígenes muy diversos, explican la variedad de las prácticas rituales, de las que ya hemos visto algunos ejemplos. Es preciso entonces destacar el enorme lugar que ocupa la mujer en la mitología gitana. Por un lado, si las intermediarias entre los espíritus maléficos y los hombres son las brujas, las Ursitori son diosas benefactoras. Pero sobre todo, por regla general, las intermediarias entre el mundo sobrenatural y el de los humanos son las mujeres, que ejercen una función mágica, ya sea de adivinación, de curación, de propiciación. Pues, por más que el mundo gitano ignore la existencia de cualquier función sacerdotal (incluso entre los jefes de la tribu), las mujeres magas ejercen funciones que son propias de las castas sacerdotales en la mayoría de las religiones (como predecir el futuro, practicar exorcismo, invocar a los dioses, sanar, etc...).
   Una mujer gitana se convierte en maga normalmente por transmisión hereditaria de su propio poder a través del aprendizaje de los ritos. Algunos gitanos asimilan las magas a las brujas (por ejemplo, debido a sus relaciones sexuales con los espíritus acuáticos), pero en un sentido menos peyorativo, y sin un pacto verdadero. Puesto que vive en un universo simbólico poblado de fuerzas maléficas y prohibiciones, el gitano sabe que su destino está dominado por la alternativa fatalista entre la felicidad (Bacht) o la desgracia (Bibacht). Por esta razón multiplica los ritos que le permiten conocer este destino e influir en cierta medida sobre él. Existen ritos de purificación contra las impurezas que acarrea la mujer durante sus reglas, o el niño al nacer, o el momento de la muerte, que libera numerosos espíritus impuros. Esta impureza no es ética (la mayoría de las veces es involuntaria), sino que está ligada a una situación existencial. Los ritos de adivinación, que han popularizado la dicción de la "buenaventura", responden a la necesidad de escrutar el destino inexorable; si bien se conoce sobre todo el empleo del tarot, también se utilizan otras técnicas más esotéricas (por ejemplo, el omóplato de un animal). En lo que respecta a los ritos de sanación, utilizan dialécticas diversas, la más extendida de las cuales es la de los "indicativos": las propiedades aparentes de un animal o de un vegetal lo designan como remedio para determinar enfermedad (por ejemplo, se suele envolver una articulación anquilosada en una piel de anguila, puesto que se trata de un animal muy ágil). Otros hacen referencia a simbolismos cristianos: en ocasiones el asno, que tuvo el privilegio de ser cabalgado por Cristo, puede ser incorporado en algunas técnicas terapéuticas.
   En resumen, frente a todos estos mitos y ritos surge de modo irremediable la idea de un sincretismo de elementos religiosos llegados de horizontes muy diversos. Éste es el caso, probablemente, pero, en práctica, desde un punto de vista más fenomenológico, debiéramos hablar más bien de simbiosis. Pues estos préstamos no son pura y simplemente cosa de hecho, o en todo caso no son vividos como tales. Incorporados en el universo gitano, han adquirido una nueva vida, permitiendo que este pueblo marginado haya mantenido su identidad hasta nuestros días.

  

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