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El panteón romano

Regresemos a los dei del panteón romano. ¿Qué características presentan? Sin duda, es preciso que nos pongamos en guardia contra un cierto romanticismo que se desarrolló desde la misma antigüedad y, según el cual, las divinidades romanas corresponderían a unas siluetas bastante borrosas antes de que Etruria y Grecia acudieran para arropar su personalidad. Así, Plinio el Viejo, personaje próximo al emperador Vespasiano, se dedicó a evocar este sueño silvestre: "Los bosques eran los templos de las divinidades y, según el rito antiguo, los campos, en su simplicidad, todavía consagran actualmente a un dios su árbol más hermoso. En cuanto a nosotros, las estatuas en las que brillan el oro y el marfil no nos inspiran mucha más veneración que los bosques sagrados y su silencio". Esta nostalgia por la simplicidad nos lleva a pensar en una reflexión de Varrón, quien, por su parte, también se complacía en evocar el culto de "antaño": durante más de ciento setenta años - nos dice - los romanos adoraron a sus dioses sin estatuas: si esta costumbre hubiese subsistido, los dioses serían honrados de un modo más puro" (---quod si adhuc mansisset, castius di obseruarentur).

Estas dos declaraciones traslucen el sentimiento agudo que tenían los romanos de que sus divinidades del fondo autóctono eran distintas en otro tiempo. Esta castitas, ensalzada por Varrón, va dirigida directamente contra el antropomorfismo helénico, que como en la Ilíada de Homero o la Teogonía de Hesíodo, prestó pasiones y vicios humanos a los dioses. La divinidad romana se define por una competencia específica e ignora las florituas de una mitología más o menos rica en peripecias. En sus orígenes es, pues, extraña al antropomorfismo que caracteriza a los panteones griego y etrusco. Un hecho notable, si tenemos en cuenta la presión cultural del entorno greco-etrusco. Es posible contrastar este hecho gracias, particularmente, a la existencia de numerosas abstracciones divinizadas, tales como Ceres o Fides, asícomo por la persistencia de esta tendencia en la época histórica: nos referimos a la aparición de dioses como Aius Locutius o Rediculus. La voz que había anunciado la aproximación de los galos a Roma sólo se había manifestado una vez: razón suficiente para erigir un altar a ese dios llamado Aius Locutius ("Aquel que habla, aquel que dice"). De manera análoga, se consagró un fanum en el exterior de la Porta Capena a Rediculus, debido a que Aníbal, que había llegado casi hasta los muros de Roma, "se había alejado a partir de ese lugar" (ex eo loco redierit). Aunque se trata de casos extremos, ambos indican claramente que para "existir" basta con que la divnidad se manifieste.
Esta manifestación se traduce, aparte de estos ejemplos excepcionales, en una función permanente. Las divinidades cuyas fiestas están inscritas en el calendario liturgico están todas ellas dotadas de una especialidad: a veces, esta especialidad es señalada mediante su nombre, con un significado transparente; así, Ceres, cuyas Cerialia se sitúan el 19 de abril, está encargada del crecimiento (en particular del trigo); y Consus, el dios que preside el entrojamiento, es festejado durante las Consualia del 21 de agosto y las Opiconsiua del 25 de agosto, en asociación con Ops, la diosa que vela por la abundancia.
Estas divinidades son masculinas o femeninas; pero Roma no conoce ninguna hierogamia en los orígenes. Los ejemplos que se han querido invocar en sentido contrario son ilusorios. Así, Faunus, el dios "salvaje" que se relaciona con la ceremonia tal vez más arcaica de Roma, las Lupercalia, que se celebraba el 15 de febrero, no tiene un igual femenino. Fauna para ser más bien una construcción artificial de la casuística erudita: ni siquiera tenemos la certeza de su nombre, pues a veces se confunde con Fatua y a veces con Bona Dea, nombre que se refiere, a su vez, a una Damia, originaria de Tarento. Del mismo modo, Pales, que tiene su fiesta - las Parilia- el 21 de abril, día que coincide con el aniversario del nacimiento de Roma, no tiene un doble masculino. Virgilio sólo conoce a la diosa: Te quoque magna Pales (canemus). (En contrapartida, el 7 de julio son festejadas dos diosas Pales.) El dios Pales que menciona Varrón pertenece al panteón Etrusco y no tiene existencia litúrgica en Roma.
Así pues, ¿qué debemos pensar de una fórmula como siue deus siue dea, que aparece en numerosas plegarias? Esta fórmula no traduce la incertidumbre sobre el sexo de una divinidad que permanecería indeterminada, sino solamente la incertidumbre sobre la identidad de la divinidad a la que se dirige la invocación: preocupado por ser atendido, el romano no desea equivocarse en su invocación y, cuando ignora quién es la divinidad destinataria, abarca las dos posibilidades: invoca ya sea a un dios o a una diosa. El politeísmo romano constituye, por definición, un panteón abierto. Está compuesto tanto por unas divinidades que se remontan a un tiempo inmemorial, como por otras que habían sido acogidas en fechas distintas, generalmente después de una crisis o una epidemia.

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