Son
escasos los pueblos que, a falta de un sistema escolar como el
occidental, no hayan conocido o no conozcan la institución de la
iniciación tribal. Aunque no poseían ningún término específico
para designarla, los griegos no fueron una excepción a esta regla y
desde comienzos de este siglo, muchos historiadores de las religiones
han podido reconocer en determinados rituales ejecutados por los
adolescentes helenos unos ritos de carácter tipicamente iniciático.
Lejos de perdurar en un estado de simple supervivencia, los ritos
griegos de iniciación tribal poseían el peso político y religioso
que estos ritos tienen en las actuales sociedades de estructura
tribal; su declibe, a partir del siglo V, sólo se debió a la
difusión progresiva del sistema escolar ateniense, difusión que, a
su vez, estuvo determinada por los profundos cambios políticos y
económicos que sufrió la ciudad griega en las épocas clásica y
helenística.
El
fenómeno institucional de la iniciación tribal griega ha sido
estudiado a fondo en el caso de varones, y las conclusiones de los
historiadores de las religiones no presentan dudas a este respecto,
especialmente en relación con la interpretación de la criptía
espartana. En el caso de las muchachas, la situación es más
confusa; requiere, previamente, no sólo algunas definiciones de
orden conceptual, sino también la delimitación de un marco general
que, fundado sobre las informaciones de la etnología, pueda, servir
de término de comparación en la apreciación de la realidad griega.
En el seno de esta realidad, el caso de Esparta y el culto que se
rendía a Helena será considerado ejemplar. Sin embargo, esto no
significa que otras ciudades no poseyeran igualmente una institución
iniciática destinada a las adolescentes: podemos citar, por ejemplo,
el festival de las Brauronia, en Brauron, o el de las Arreforias en
Atenas.
El
marco institucional
Según
la definición propuesta por los etnólogos, los ritos de iniciación
tribal representan un caso particular de los rites de passage. En
este sentido, los ritos de iniciación tribal encajan, en cuanto a su
estructura formal, en el esquema delimitado a principios de siglo por
A. Van Gennep. Genéricamente, están compuestos por tres fases
fundamentales: un momento que señala la separación del aspirante
respecto al antiguo orden al que pertenecía; un periodo más o menos
largo de segregación y marginalidad; y finalmente, un momento de
incorporación, en el transcurso del cual el aspirante se integra en
el nuevo orden, objetivo del ritual de tránsito. El momento de
separación se asimila, en general, a un estado de muerte, mientras
que la reintegración en el nuevo orden se concibe a menudo como un
renacimiento.
En
el caso específico del rito de iniciación tribal, el antiguo orden
se identifica, para el joven adolescente sometido al ritual, con el
mundo de la infancia, mientras que el nuevo orden se encarna en el
conjunto de reglas y usos que estructuran y gobiernan la sociedad
adulta. Prácticamente universal, la institución de la iniciación
tribal tiene, pues, la función central de integrar en la sociedad
adulta a los adolescentes que yan han alcanzado la pubertad y
convertirlos en mienbros plenos de la comunidad. Se trarta de una
estructura institucional de carácter oficial y público que permite
que los y las adolescentes asimilen el conjunto de normas políticas,
religiosas, morales y culturales que rigen la sociedad a la que
pertenecen; esta institución los prepara para el rol que deberán
desempeñar como participantes adultos. Así pues, la iniciación
pretende reproducir, generación tras generación, el sistema social
de la tribu en cuestión.
En
lo que se refiere a las jóvenes, es necesario efectuar aún una
distinción entre los ritos de iniciación tribal, propiamente
dichos, y los ritos de pubertad. Si los primeros, de carácter
comunitario, se dirigen al grupo de las adolescentes que están a
punto de convertirse en miembros adultos de la sociedad, los
segundos, relacionados con el acontecimiento singular que representa
la primera menstruación, son individuales y privados. Por regla
general, los primeros están en relación con un sistema de
clasificación de las jóvenes por edades, mientras que los segundo
se desarrollan en un marco generalmente familiar. Así pues, no
trataremos aquí los ritos de pubertad.
En
la medida en que la iniciación tribal debe preparar a los
adolescentes para su futuro rol social, y en la medida en que las
mujeres realizan, en el interior de la comunidad, una función
diferente a la de los hombres, los ritos destinados a las jóvenes
presentan una forma y un contenido distintos a los ritos dirigidos a
los muchachos. En términos generales, puede afirmarse que el rol
social de la mujer en la comunidad tribal se caracteriza, ante todo,
por la maternidad; a esta función principal se añaden todas las
tareas destinadas a la supervivencia “interna” de la comunidad,
en oposición a la función de supervivencia “externa” de la
tribu, que es asumida por los hombres a través de actividades como
la caza, la ganadería o la guerra.
De
este modo, para las adolescentes, la primera fase de la iniciación –
el momento de la separación y la muerte – se caracteriza a menudo
por una intervención física violenta: clitoridectomía, ablación
de los labios menores o, algo menos cruel, el corte de los cabellos.
Generalmente, en el transcurso del periodo de marginación se
introduce a la muchacha en los misterios de la sexualidad y la
maternidad; durante esta fase, también es iniciada, al igual que su
colega masculino, en determinadas reglas éticas y tradiciones
mitológicas que fundamentan la cohesión de la comunidad adulta.
Finalmente, con motivo de las festividades que señalan el momento de
integración de las jóvenes en la sociedad adulta, las danzas y los
cantos desempeñan para las neoiniciadas un papel central. No tiene
nada de sorprendente este aspecto espectacular del rito, puesto que
esta tercera fase significa para la adolescente no sólo el momento
de salida de la iniciación, sino también el momento en que es
presentada a la comunidad adulta que ejercerá, así, un control
sobre los resultados de la iniciación. A este respecto, debe
destacarse que esta tercera fase del rito de iniciación a menudo
sólo significa para la neoiniciada la entrada en el perido de
preparación para el segundo ritual de tránsito que para la joven
representará el matrimonio. Desde esta perspectiva, los ritos de
iniciación tribal femenina se distinguen de los que están dirigidos
a los muchachos; y las distintas prácticas rituales que señalan la
integración progresiva de la adolescente en la comunidad adulta,
hasta su conclusión en el matrimonio, puede extenderse a un periodo
más largo de tiempo. Éste es, sobre todo, el caso de Esparta,
donde, a falta de informaciones sobre el desarrollo de la fase de
marginación de la iniciación tribal femenina – práctica secreta
por definición -, conocemos esencialmente el proceso ritual de
integración de la muchacha en el cuerpo social de los adultos; y
este proceso se caracteriza por su extensión temporal.
El
periodo de separación y marginación: Ártemis
La
existencia en la Esparta arcaica y clásica de una institución
iniciática destinada a las jóvenes puede entreverse en numerosos
cultos. A causa de las razones indicadas anteriormente, sabemos muy
poco sobre los ritos que señalaban los momentos de separación y
marginación de la iniciación tribal. Sin embargo, parece ser que
los cultos de Ártemis Limnatis y Ártemis Caryatis, por su situación
marginal en los confines del territorio de Laconia y por su finalidad
típicamente adolescente, debían servir de marco a la consagración
ritual de esas dos fases de la institución iniciática. Además,
tanto en los mitos relacionados con el culto de Limnas como los
relacionados con Carias, encontramos unos elementos que parecen
fundar un rito de tránsito adolescente. En efecto, el episodio
mítico del suicidio de unas jóvenes lacedemonias que se consagran
al culto de Limnatis después de haber sido violadas por los
mesenios, y el relato de la venganza que, por medio de una prueba de
apatê, de astucia, llevan a cabo un grupo de efebos espartanos
disfrazados de doncellas, hacen pensar, inevitablemente, en un rito
de muerte iniciática. Del mismo modo, si se toman en consideración
las transformaciones semióticas que permiten transponer y
explicitar, en el plano de narración mítica, el sentido de un rito,
la narración del rapto de las jóvenes laconias que danzaban en
Caria para Ártemis por parte del héroe mesenio Aristómenes, y la
tentativa de violación cometida contra ellas, así como el relato
del suicidio del coro Cariátides, que se ahorcan, parece indicar que
el culto a Ártemis Caryatis, en las fronteras del territorio
civilizado, las adolescentes de Esparta rompían con el mundo de su
infancia sin ser aún capaces, sin embargo, de asumir las reglas de
una sexualidad adulta y ordenada. Al invertir las leyes de las
relaciones sexuales normales y civilizadas, es probable que los mitos
que acabamos de mencionar describieran el periodo de caos y muerte
que constituye el núcleo de la iniciación tribal.
De
un modo un tanto paradójico, el culto de Ártemis Ortia, que
desempeña un papel central en la iniciación de los adolescentes
espartanos (véase el rito de la críptia y la institución de la
agogê), no parece haber servido de marco para el desarrollo de una
de las fases constitutivas de la iniciación tribal femenina. Tan
sólo uno de los numerosos mitos relacionados la figura de Helena
sitúa una actuación femenina en el contexto de este culto: este
mito explica que, siendo aún impúber, la heroína fue raptada por
Teseo cuando se encontraba danzando en un coro instituido en honor de
Ártemis Ortia. No poseemos ningún dato de carácter ritual que se
corresponda con este episodio mítico y, si nos basamos en las
diferentes explicaciones de los antiguos a propósito del sobrenombre
de la Diosa, parece ser que Ártemis Ortia, en lo que se refiere al
aspecto femenino de su culto, estuvo esencialmente en relación con
el periodo del nacimiento y la primera infancia de los niños. En
esete sentido, su culto de relaciona con el dedicado a Ártemis
Coritalia, en cuyo marco las nodrizas lacedemonias celebraban, en
favor de los recién nacidos, el festival de las Ticenidias (tithênê
= nodriza, en griego).
La
salida de la iniciación: Apolo
Si
en Esparta, los periodos de separación y marginación de la
iniciación tribal dependían de la jurisdicción de Ártemis, la
salida de la iniciación pertenecía sin duda a Apolo.
En
efecto, dado que implicaba la participación del conjunto de la
comunidad espartana y alternaba un ritual de duelo dedicado al héroe
Jacinto con los regocijos consagrados a Apolo Amicleo, y dado que
poseía un marcado carácter espectacular e incluía en su desarrollo
la ejecución, por parte de los efebos de la ciudad, de numerosas
danzas y cantos (especialmente un peán), parece ser que el festival
de las Hiacintias representaba en Esparta el gran rito de salida de
la iniciación de los adolescentes. Las doncellas participaban en un
gran cortejo que las conducía de Esparta a Amiclas; se las hacía
subir en unos carros de ceremonia que se construían especialmente
para la ocasión. A continuación, se las invitaba a una gran fiesta
nocturna en la que la danza tenía un lugar importante. Casi con toda
seguridad, el cortejo de las jóvenes lacedemonias tenía como
función el presentar al conjunto de los ciudadanos reunidos a lo
largo del recorrido a las nuevas iniciadas.
Entre
la iniciación y el matrimonio: Helena
Si
hemos de creer al coro de la Helena de Eurípides, la gran heroína
lacedemonia tomó parte en su juventud en las festividades de las
Hiacintias. Así, si añadimos a esta información el episodio del
rapto de la doncella en el santuario de Ártemis Ortia, nos
encontramos con que el mito hace recorrer los avatares del curso
iniciático a la “corega divina y espléndida” de la que habla
Aristófanes en la Lesístrata.
Por
otra parte, las doncellas coreutas que cantan el Epitalamio de Helena
de Teócrito describen a la joven heroína divirtiéndose en las
orillas del Eurotas, en medio de un grupo de cuatro veces sesenta
adolescentes, todas de la misma edad. Estas doncellas entablan una
carrera (dromos) y entre ellas, Helena se distingue tanto por su
belleza como por sus cualidades vocales, que le permiten cantar a
Atenea y a Afrodita. Sin embargo, para las coreutas que cantan el
poema de Teócrito, esta evocación pertenece al pasado. En el
momento en que sus compañeras recitan estos versos, Helena es ya la
esposa, celebrada por el mito, de Menelao, y ya no está presente en
medio del grupo de adolescentes del que ella era la figura más
destacada. Y por esta razón, las jóvenes cantoras de Teócrito
manifiestan su intención de perpetuar el recuerdo de la adolescencia
de Helena mediante la ofrenda de una corona de loto que se realiza al
pie de un plátano, que desde entonces será el árbol consagrado a
la heroína. Las doncellas convierten, pues, la evocación de la
Helena doncella en el fundamento mitológico del ritual que acaban de
realizar.
En
Esparta, como vemos, la figura mítica de Helena se sitúa a caballo
entre la adolescencia y el estatuto de la mujer adulta y casada. Esta
ambigüedad destaca igualmente en los cultos de los que la heroína
era objeto en Laconia.
Helena
disponía en Esparta de dos lugares de culto distintos.
En
primer lugar, era venerada en el Platanistas. Este lugar, llamado así
porque en él crecían los plátanos, estaba situado en la
confluencia del eurotas y el Magula, al sudeste de la ciudad de
Esparta; rodeado de agua, tenía la apariencia de una isla y se
encontraba en la cercanía inmediata del famoso Dromos en el que
tenían lugar los entrenamientos para la carrera de los jóvenes
ciudadanos espartanos todavía célibes. Sin duda, es en este marco
donde conviene situar la carrera realizada por las jóvenes
compañeras de Helena, seguramente una repetición ritual de la
carrera mítica que la heroína emprendió en las orillas del
Eurotas. No obstante, los testimonios más antiguos de Aristófanes y
Eurípides asocian la figura de Helena y las riberas del Eurotas más
bien a unas danzas corales de adolescentes que a una carrera. No es
del todo imposible que ambas prácticas rituales se encuentren
descritas conjuntamente en el poema de Alcmán que tradicionalmente
se cita con el título erróneo de Primer Partenio; es muy probable
que este poema estuviera dedicado a Helena.
Fueran
cuales fueran los ritos que constituían el culto a Helena en el
Platanistas, lo cierto es que la heroína a la cual estaba consagrado
este culto era todavía una adolescente, una adolescente preparada ya
para casarse. En este sentido, Helena ocupa, respecto a la
adolescencia, una posición análoga a la que se encarna en la figura
de las Leucípidas. El mito del rapto de estas dos doncellas
lacedemonias por los Dióscuros y su matrimonio con estos dos grandes
héroes protectores de la ciudad de Esparta, así como su
intervención en la carrera ritual de las once Dionisíadas, hacen de
las Leucípidas unas figuras que participan al mismo tiempo de la
adolescencia y la edad adulta. Ahora bien, en la evocación realizada
por Eurípides de las danzas a orillas del Eurotas, Helena se asocia
precisamente con estas dos heroínas. Además, Aristófanes compara a
las doncellas, de las que Helena es la corega en la ejecución de
esas danzas, a unas yeguas. La imagen de la yegua y su domesticación
constituye, en Grecia, una de las metáforas esenciales para expresar
el dominio progresivo, a través de la educación, de las fuerzas
incontroladas de la juventud. La iniciación, así como el
matrimonio, se conciben como una doma en la cual el yugo juega un
papel central en la representación. Finalmente, es necesario
resaltar que el Platanistas no estaba únicamente consagrado a
Helena, sino que este lugar, de carácter acuático, servía también
de marco a los combates rituales, instituidos por Licurgo, entre los
efebos espartanos. De este modo, tanto la metáfora que define a las
participantes como su contexto ritual general perfilan el culto de
Helena en el Platanistas como un culto típicamente adolescente.
En
relación con este aspecto insólito de la figura cultural de una
Helena todavía adolescente, resulta extremadamente significativo el
contacto de la heroína con Apolo Amicleo y Atenea Chalkioikos, del
cual son testimonio los textos ya citados de Aristófanes y
Eurípides. Si las Hiacintias eran un festival que señalaba el fin
de la iniciación de los y las adolescentes de Esparta, la presencia
de Helena en esta fiesta haría de la heroína una doncella recién
iniciada y preparada, por consiguiente, para asumir el estatuto de
mujer plenamente adulta, de mujer casada. En cuanto a la asociación
con el culto de Atenea Chalkioikos, cuya función, por otra parte, se
nos escapa, debido en gran parte a que no poseemos suficiente
información, éste confiere a la figura de Helena las cualidades
cívicas de la diosa virgen que reina sobre la acrópolis de la
ciudad. Atenea es una parthenos, guerrera y protectora de la ciudad;
es, como Helena, una doncella que ha cruzado el umbral de la
adolescencia y es admitida en el seno de la comunidad de los
ciudadanos y las ciudadanas. Situada en el interior de estas
asociaciones culturales, Helena parece representar, para las
adolescentes espartanas, aquello que los Dióscuros, sus hermanos,
representan para los muchachos; en efecto, Helena se parece a esos
héroes que, como auténticos neoi, son unos ciudadanos recién
iniciádos, vencedores en los torneos deportivos y que son ya unos
guerreros en el orden de la ciudad adulta.
Pero
en tanto que la divinidad, Helena también está presente en la
ribera opuesta del Eurotas, donde se encontraba el Platanistas. Las
alturas de Terapne abrigaban, en efecto, un templo del rey Menelao en
el cual la heroína habría sido inhumada al lado de su esposo. Al
pasar de la orilla derecha del río laconio a la colina de Terapne,
el culto de Helena cambia de aspecto; ya no es venerada bajo la
apariencia de una doncella sino bajo la de una mujer casada.
Tan
sólo tenemos una idea aproximada del significado del culto celebrado
en el santuario de Terapne, y ello gracias a una anécdota relatada
por Heródoto. El historiados explica que la mujer de Aristón, rey
de Esparta, había sido la más fea de las niñas. Desesperada, su
nodriza la conducía regularmente al templo de Helena, hasta que un
día la Diosa, apareciéndose a la nodriza, acarició la cabeza de la
niña, quien, desde aquel instante, adquirió un nuevo semblante. De
ser la más desfavorecida de las niñas, Helena hizo de ella la mujer
más bella de Esparta y antes que Aristón la raptase como había
hecho Paris con Helena, esta insigne mujer se casó con un
aristócrata espartano. En este relato, Helena aparece, pues, como la
divinidad que confiere a las niñas la cualidad de la belleza. Este
don tiene un valor importante, no en sí mismo sino con vistas al
matrimonio, ya que en Grecia el paso de la fealdad a la belleza
significa para las mujeres, de un modo metafórico, el paso de la
infancia a la edad núbil.
De
este modo, la Helena venerada en Terapne no es el modelo de la mujer
casada, no es la igual y la rival de Hera, la cual garantiza los
lazos del matrimonio legal; Helena aparece más bien bajo los rasgos
de la mujer adulta cuya belleza, como la de Afrodita, expresa el
atractivo sexual y la seducción. En la concepción griega del
matrimonio, estos elementos desempeñan, por lo demás, una función
esencial. Helena encarna, pues, en Terapne, las cualidades de la
muchacha adulta a quien una belleza que ya ha alcanzado su plenitud
sitúa en el umbral del matrimonio.
El
proceso iniciático Espartano
En
la antigua Esparta, un buen número de divinidades se reparten el
proceso que conduce a la niña a la condición de mujer adulta y
casada. En tanto que protectora del crecimiento de los brotes jóvenes
y de los recién nacidos, el reino de la primera infancia recae, de
forma natural, en Ártemis; pero puesto que la diosa domina
igualmente el dominio que es exterior al espacio cerrado y civilizado
de la ciudad, también a ella se le consagran los cultos limítrofes
que señalan para las jóvenes la ruptura con el mundo de la infancia
y la entrada, en el seno de una naturaleza salvaje, en el periodo de
marginación, desorden y muerte de la iniciación tribal. Sin
embargo, si bien Ártemis toma bajo su protección a los niños de
pecho, desde el momento de su nacimiento, para conducirlos hasta el
rito que significa el término infancia, es Helena quien asume el
periodo que separa la salida del proceso iniciático del momento del
matrimonio, mientras que Apolo se reserva las festividades que marcan
el término de la iniciación tribal. En cuanto al matrimonio
propiamente dicho – un rito de carácter privado entre los griegos
-, éste recibía quizás en Esparta una consagración oficial en el
sacrificio que las madres de las jóvenes acabadas de desposar
ofrecían al viejo xoanon de Afrodita-Hera. Así pues, en oposición
tanto a Ártemis y Apolo como a Hera, Helena tiene la función de
conducir a las adolescentes lacedemonias a su plena madurez sexual;
Helena hace de las jóvenes adoelscentes espartanas unas mujeres a su
imagen. En esta limitación del ejercicio de su jurisdicción a un
único periodo del conjunto del proceso iniciático espartano, Helena
es fiel a ese rasgo fundamental del politeísmo griego que pretende
que cada divinidad del panteón asuma una función determinada en el
interior de un ámbito concreto de la realidad vegetal, animal y
humana.
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